La escuelita del almendro.
Ha llegado el verano a San Mateo y hace calor. Las que fueron flores multicolores se han convertido en frutas y las almendras caen maduras sobre el pupitre de La escuelita del almendro. Allí hacen tareas Kinito y Nuqui. Cada día aprenden a leer, a dibujar y a contar las almendras que forman una decena, una docena y hasta una centena. Aprenden a escribir mientras sus manos, cada vez más seguras, cogen los lápices, a la vez que acarician a sus amiguitos de la finca. Cantan melodías y suena la alegría. Se acercan los gatos pausadamente para jugar con los saltamontes. Los perritos chismean de sus cosas y se sientan en las faldas de los niños, para ver cómo lucen los colores en las libretas. Los pájaros se posan sobre el árbol y entonan canciones, a la vez que las mariposas bailan en zigzag con sus trajes de seda. No importa que Canelita descanse su boca en la libreta, ni que Vicky, la gatita de la mancha blanca en la frente, se duerma sobre el regazo de Kinito, mientras el rosado de su témpera cubre la ilustración.
Cabe todo en La escuelita del almendro, todo menos hacer daño a los animalitos. Ellos saben que las hormigas cooperan y trabajan en equipo, o sea que son sociables. Conocen que los perdigones corren por la finca de los vecinos llamando a sus padres, que Negrita (la madre de la camadas de gatitos) los ha dejado vivir sus vidas y se fue a recorrer otras tierras. A la vez Canela y Blanquita, las dos perritas que trajeron los Babus de Valsequillo, han acogido a los mininos y duermen por la noche todos juntos en su casita para darse calor. Saben, también, el día que vienen la ovejas a pastar a la finca y que el señor pastor los deja que acaricien la lana de las más pequeñas cuando comen la hierba, mientras suenan sus cencerros en una sintonía acompasada.
Todo eso, y mucho más, sucede en la Escuelita del Almendro, donde los padres, Kino y Angi, les enseñan que aprendiendo en (y de) la naturaleza, serán buenas personas y muy felices durante sus largas vidas.
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