6 jul 2021

Manuel Chavanel Seoane. Una placa para el recuerdo (05.07.2021).

Palabras de Joaquín Nieto en el Acto de apertura de la placa en el despacho de Manuel Chavanel Seoane (DEP), en la Inspección de educación de Las Palmas.

 


 

            Deseo, antes de comenzar, aprovechar estas primeras palabras para agradecer a la Inspección General y a su equipo, la acogida y disposición que han tenido para la realización de este acto que marca un precedente en esta casa.

 

El día 15 de diciembre de 1994 este edificio fue inaugurado de forma oficial. Para dicho acto fui invitado por la inspección general a hablar de mis trabajos sobre la Historia de la Inspección educativa en Canarias. El título de dicha ponencia fue: “Algunos apuntes sobre la historia de la Inspección Educativa en la Provincia de Las Palmas (1850 – 1960).” Hoy, casi treinta años después, ya jubilado y por un motivo que jamás hubiese deseado, se me  solicita hablar sobre nuestro querido compañero y amigo Manuel Chavanel Seoane, quien hizo de su carrera su presencia permanente unida a esta misma casa y en este despacho que rotulamos para recuerdo de su persona. Triste ha sido la partida, pero tristísimo sería el olvido, por lo tanto objetivo cumplido.

 

            Permítanme que me dirija a la familia de Manolo para agradecerles también, el esfuerzo que han realizado para estar hoy aquí, pues aún hace muy poco tiempo de su marcha y sabemos que estos actos no son fáciles de llevar. También mi agradecimiento para todos los amigos y compañeros y a todos aquellos que se han disculpado por encontrarse fuera de la isla o en otros menesteres. 

 


 

 

             No quisiera extenderme mucho en mi exposición, pero sí dejar unas pinceladas de la personalidad de nuestro amigo, quien a buen seguro estará planteándose los por qué de nuestra presencia y halagos a su persona, pues todos sabemos de su humildad y lo poco dado a figurar, ya que lo suyo era trabajar y sacar adelante los proyectos de la vida, en el silencio más absoluto y sin darle importancia a su labor.

 

            Yo no sé si me perdonará el haber motivado este encuentro en su memoria. Por las dudas y dada, como decía, la gran virtud de su modestia, hoy les hablaré del Principito. ¿Y por qué El Principito? Bueno, es obvio, estamos en una de las casas de la educación, a ambos nos encanta y es el libro, para mi gusto, que mejor condensa un cúmulo de virtudes para llevarlo por la vida como referente. Y así lo hizo él.

 

Eso sí, a cada uno de ustedes les ruego que se dejen llevar por las similitudes en los personajes y así me ayudarán en este honor que me ha tocado en el día de hoy.  De esa forma me cubriré las espaldas ante nuestro querido amigo por si se sintiera avergonzado por tanto halago.

 

    


         


    Pues bien, para ello se dedicaba con esmero en hacer que las cosas fueran más sencillas. El Principito cada día hacía su mundo más feliz quitando con paciencia las semillas de baobabs, para que las raíces de aquellos enormes árboles no le impidieran ver las puestas de sol, y así con solo mover la silla de su mundo, tan pequeño, le permitía ver hasta cuarenta y tres puestas de sol. ¿Habrá algo más lindo que resolver con habilidad y constancia para ser feliz?

 

            Es decir, en su pensamiento había un mundo, para él pequeño, donde jamás importaría cuántos impedimentos tuviera; se decía: cortaré las semillas, con constancia, y tendré una visión magnífica del sol para gozar.

 

            Suena el teléfono, una y otra vez, entre una y otra vez hay escuchas y respuestas, bueno más escuchas que respuestas. El Principito jamás preguntaba sino lo indispensable. Pero cuando decía algo, en sus palabras iba la mejor solución. Si al otro lado estaba el rey de algún asteroide que se sentía todopoderoso, le pedía que fuera lo suficientemente poderoso para que permitiera a su súbdito hacer lo que debiera y pudiera realizar. No se puede ir en contra de las leyes del universo y exigir lo imposible.

 

También el tiempo puede trascurrir y ayudar a una solución. No hay prisas, mientras, quizás podamos pensar que el orgullo no nos conduce a nada. Por eso, a la rosa que es orgullosa la deja sola y con el pasar de los días ella irá pensando y entenderá que sin la ayuda y el consejo asesor del principito quedará marchita, para casi al final recapacitar y romper raíces que permitan ver con claridad la solución del problema.

 

     


        

 

    En otras llamadas, presencias y visitas hay quiénes lo tienen y lo quieren todo. Tienen tantas cosas materiales que pasan el día contándolas para a su vez contarlas a los demás, o sea otros que tampoco ven la luz ensimismados en sus riquezas o razones. Proyectos de todo tipo, pizarras digitales para exponer miles de esos proyectos, páginas webs que se ven en todo el mundo, Ipads, tablets, móviles, riquezas y riquezas, más riquezas  y sobre todo razones que son a su gusto las únicas verdaderas. A todos estos les falta tiempo para ser felices y repartir esa felicidad entre los más pequeños. Y él le dice ¿para qué tantos recursos, para qué tantas riquezas si no escuchas?, si los otros son solo objetos a contar, si los que han de aprender nada más que entienden de riquezas, si tus niños en casa no guardan silencio para escuchar, siempre pensarán que tienen razón. Quizá siendo más pobres y dejando de contar riquezas serán más felices, además de razonables y aprenderemos a escuchar. Hagamos el mundo más pequeño y que se pueda mover la silla y ver atardeceres…

 

           

            Ha llegado un padre de familia, sus recursos no son los de un rey todopoderoso, ni siquiera tenía muchas estrellas que contar. Solo bebía para olvidar que bebía. El Principito le dijo que jamás se pusiera el sombrero del hombre rico en estrellas, que la vergüenza cuando se tiene personas a su cargo, tan solo es una sobrecarga. Y, tras exclamar, qué raros son los adultos, con un par de llamadas, por el teléfono que siempre sonaba, le posibilitó escuela y comida. Y el padre de familia dejó de beber para no cargar con el peso de su conciencia y recordar, cada día, el agradecimiento a el Principito.

 

            En el asteroide de las leyes cada vez que el farolero enciende la luz de la farola es para que todos los súbditos sepan que se ha hecho una nueva ley.  Luego la apaga rápidamente para estar preparado para que cuando avise el legislador encenderla de nuevo. Con una mano enciende y apaga la farola y con la otra coge el teléfono. Ha sonado una llamada y alguien con sombrero de medio mando, le pregunta sobre la nueva normativa de niños que nacen en asteroides que hablan distinto a los del farolero. <<Consulta el artículo quince, apartado dos, habla de estos casos y el traslado de niños a otros asteroides de lenguas distintas>>; le contesta, le pide perdón por lo conciso, se despide y enciende de nuevo la farola, acaba de nacer una nueva normativa y con la rapidez de una gacela la aprende para poder asesorar antes de que apague la farola de nuevo. Farolero, asesor, amable, eficaz… ¡Qué raros son los adultos!, pensó el Principito y siguió cumpliendo.

 

            Después de conocer a los hombres de aquella tierra detectó lo difícil que era entenderlos, puesto que eran diferentes y contradictorios a la vez. Uno protestaba por todo, aunque fuera bueno para él y los demás; otro no protestaba por nada aunque fuera malo para él y los demás; el de la barba con una venda en los ojos e incapaz de cumplir, hacía cumplir a los demás; el que simulaba sonreír, aunque estuviera triste, cumplía con amargura; el que simulaba enfermedad quería ser premiado, el que estaba enfermo se esforzaba con dolor. No entendía nada en aquel mundo de las rarezas de los mayores.

 

            


 

     El Principito pensó en todo aquello y menos comprendió a los adultos, lo que le llevó a tomar la decisión de mirarse hacia dentro y entender solo lo que veía con su corazón. Y vio a personas necesitadas de protección y puso en práctica su más importante lema: a pesar de sus taras “todos son hombres que necesitan mi ayuda”. Y desde entonces el teléfono sonó cada día más y daba razones más razonables.

 

            Un día el Principito dejó de viajar por los asteroides y la tierra, no sin antes conocer el amor y tras saborear el fruto de la felicidad formando pareja y descendencia, disfrutó más que nunca en la vida, pero alguien tomó la decisión de enviarlo a vivir a una estrella donde todos eran cuerdos. Pero tiene tareas, eso sí, desde allí mira y sigue tratando de entender las rarezas de los adultos, pero sigue amando, queriendo cuidando de un orden y haciendo el bien. Tiene tiempo de ver a todos los que quiere para protegerlos, a sus amores, a sus amigos, a sus compañeros. Ya no necesita mover la silla para ver los atardeceres, pues los ve en todo su esplendor; cuida de que la rosa tenga agua, y mueve el mundo para que los niños tengan adultos que los cuiden, los protejan y para que no les falte comida y escuela.

 

A mi querido amigo y compañero de vida y profesión Manolo Chavanel Seoane, hombre bueno, serio, honrado, accesible, amante de los suyos y que siempre lucía una inmensa sonrisa y de quien tanto aprendí de como andar por este mundo tan complicado y de adultos tan raros.

 

                                                                                  Joaquín Nieto Reguera

                                                                                 

Las Palmas de Gran Canaria a cinco de julio de 2021

 

 

           

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