Palabras de Joaquín Nieto en el Acto de apertura de la placa en el despacho de Manuel Chavanel Seoane (DEP), en la Inspección de educación de Las Palmas.
Deseo, antes de comenzar, aprovechar
estas primeras palabras para agradecer a la Inspección General y a su equipo,
la acogida y disposición que han tenido para la realización de este acto que
marca un precedente en esta casa.
El día
15 de diciembre de 1994 este edificio fue inaugurado de forma oficial. Para dicho
acto fui invitado por la inspección general a hablar de mis trabajos sobre la
Historia de la Inspección educativa en Canarias. El título de dicha ponencia
fue: “Algunos apuntes
sobre la historia de la Inspección Educativa en la Provincia de Las Palmas
(1850 – 1960).” Hoy, casi treinta años después, ya jubilado y por un motivo
que jamás hubiese deseado, se me
solicita hablar sobre nuestro querido compañero y amigo Manuel
Chavanel Seoane, quien hizo de su carrera su presencia permanente unida a esta
misma casa y en este despacho que rotulamos para recuerdo de su persona. Triste
ha sido la partida, pero tristísimo sería el olvido, por lo tanto objetivo
cumplido.
Permítanme que me dirija a la
familia de Manolo para agradecerles también, el esfuerzo que han realizado para
estar hoy aquí, pues aún hace muy poco tiempo de su marcha y sabemos que estos
actos no son fáciles de llevar. También mi agradecimiento para todos los amigos
y compañeros y a todos aquellos que se han disculpado por encontrarse fuera de
la isla o en otros menesteres.
No quisiera extenderme mucho en mi exposición,
pero sí dejar unas pinceladas de la personalidad de nuestro amigo, quien a buen
seguro estará planteándose los por qué de nuestra presencia y halagos a su
persona, pues todos sabemos de su humildad y lo poco dado a figurar, ya que lo suyo
era trabajar y sacar adelante los proyectos de la vida, en el silencio más
absoluto y sin darle importancia a su labor.
Yo no sé si me perdonará el haber
motivado este encuentro en su memoria. Por las dudas y dada, como decía, la
gran virtud de su modestia, hoy les hablaré del Principito. ¿Y por qué El Principito?
Bueno, es obvio, estamos en una de las casas de la educación, a ambos nos
encanta y es el libro, para mi gusto, que mejor condensa un cúmulo de virtudes
para llevarlo por la vida como referente. Y así lo hizo él.
Eso
sí, a cada uno de ustedes les ruego que se dejen llevar por las similitudes en los
personajes y así me ayudarán en este honor que me ha tocado en el día de hoy. De esa forma me cubriré las espaldas ante
nuestro querido amigo por si se sintiera avergonzado por tanto halago.
Pues bien, para ello se dedicaba con
esmero en hacer que las cosas fueran más sencillas. El Principito cada día
hacía su mundo más feliz quitando con paciencia las semillas de baobabs, para
que las raíces de aquellos enormes árboles no le impidieran ver las puestas de
sol, y así con solo mover la silla de su mundo, tan pequeño, le permitía ver
hasta cuarenta y tres puestas de sol. ¿Habrá algo más lindo que resolver con
habilidad y constancia para ser feliz?
Es decir, en su pensamiento había un
mundo, para él pequeño, donde jamás importaría cuántos impedimentos tuviera; se
decía: cortaré las semillas, con constancia, y tendré una visión magnífica del
sol para gozar.
Suena
el teléfono, una y otra vez, entre una y otra vez hay escuchas y respuestas, bueno
más escuchas que respuestas. El Principito jamás preguntaba sino lo
indispensable. Pero cuando decía algo, en sus palabras iba la mejor solución. Si
al otro lado estaba el rey de algún asteroide que se sentía todopoderoso, le
pedía que fuera lo suficientemente poderoso para que permitiera a su súbdito hacer
lo que debiera y pudiera realizar. No se puede ir en contra de las leyes del
universo y exigir lo imposible.
También
el tiempo puede trascurrir y ayudar a una solución. No hay prisas, mientras, quizás
podamos pensar que el orgullo no nos conduce a nada. Por eso, a la rosa que es
orgullosa la deja sola y con el pasar de los días ella irá pensando y entenderá
que sin la ayuda y el consejo asesor del principito quedará marchita, para casi
al final recapacitar y romper raíces que permitan ver con claridad la solución
del problema.

En otras llamadas, presencias y
visitas hay quiénes lo tienen y lo quieren todo. Tienen tantas cosas materiales
que pasan el día contándolas para a su vez contarlas a los demás, o sea otros
que tampoco ven la luz ensimismados en sus riquezas o razones. Proyectos de
todo tipo, pizarras digitales para exponer miles de esos proyectos, páginas
webs que se ven en todo el mundo, Ipads, tablets, móviles, riquezas y riquezas,
más riquezas y sobre todo razones que
son a su gusto las únicas verdaderas. A todos estos les falta tiempo para ser
felices y repartir esa felicidad entre los más pequeños. Y él le dice ¿para qué
tantos recursos, para qué tantas riquezas si no escuchas?, si los otros son
solo objetos a contar, si los que han de aprender nada más que entienden de
riquezas, si tus niños en casa no guardan silencio para escuchar, siempre
pensarán que tienen razón. Quizá siendo más pobres y dejando de contar riquezas
serán más felices, además de razonables y aprenderemos a escuchar. Hagamos el
mundo más pequeño y que se pueda mover la silla y ver atardeceres…
Ha llegado un padre de familia, sus
recursos no son los de un rey todopoderoso, ni siquiera tenía muchas estrellas
que contar. Solo bebía para olvidar que bebía. El Principito le dijo que jamás
se pusiera el sombrero del hombre rico en estrellas, que la vergüenza cuando se
tiene personas a su cargo, tan solo es una sobrecarga. Y, tras exclamar, qué
raros son los adultos, con un par de llamadas, por el teléfono que siempre
sonaba, le posibilitó escuela y comida. Y el padre de familia dejó de beber
para no cargar con el peso de su conciencia y recordar, cada día, el
agradecimiento a el Principito.
En el asteroide de las leyes cada
vez que el farolero enciende la luz de la farola es para que todos los súbditos
sepan que se ha hecho una nueva ley.
Luego la apaga rápidamente para estar preparado para que cuando avise el
legislador encenderla de nuevo. Con una mano enciende y apaga la farola y con
la otra coge el teléfono. Ha sonado una llamada y alguien con sombrero de medio
mando, le pregunta sobre la nueva normativa de niños que nacen en asteroides
que hablan distinto a los del farolero. <<Consulta el artículo quince, apartado
dos, habla de estos casos y el traslado de niños a otros asteroides de lenguas
distintas>>; le contesta, le pide perdón por lo conciso, se despide y
enciende de nuevo la farola, acaba de nacer una nueva normativa y con la
rapidez de una gacela la aprende para poder asesorar antes de que apague la
farola de nuevo. Farolero, asesor, amable, eficaz… ¡Qué raros son los adultos!,
pensó el Principito y siguió cumpliendo.
Después de conocer a los hombres de
aquella tierra detectó lo difícil que era entenderlos, puesto que eran
diferentes y contradictorios a la vez. Uno protestaba por todo, aunque fuera
bueno para él y los demás; otro no protestaba por nada aunque fuera malo para
él y los demás; el de la barba con una venda en los ojos e incapaz de cumplir,
hacía cumplir a los demás; el que simulaba sonreír, aunque estuviera triste,
cumplía con amargura; el que simulaba enfermedad quería ser premiado, el que
estaba enfermo se esforzaba con dolor. No entendía nada en aquel mundo de las
rarezas de los mayores.
El Principito pensó en todo aquello y
menos comprendió a los adultos, lo que le llevó a tomar la decisión de mirarse
hacia dentro y entender solo lo que veía con su corazón. Y vio a personas
necesitadas de protección y puso en práctica su más importante lema: a pesar de
sus taras “todos son hombres que necesitan mi ayuda”. Y desde entonces el
teléfono sonó cada día más y daba razones más razonables.
Un día el Principito dejó de viajar
por los asteroides y la tierra, no sin antes conocer el amor y tras saborear el
fruto de la felicidad formando pareja y descendencia, disfrutó más que nunca en
la vida, pero alguien tomó la decisión de enviarlo a vivir a una estrella donde
todos eran cuerdos. Pero tiene tareas, eso sí, desde allí mira y sigue tratando
de entender las rarezas de los adultos, pero sigue amando, queriendo cuidando
de un orden y haciendo el bien. Tiene tiempo de ver a todos los que quiere para
protegerlos, a sus amores, a sus amigos, a sus compañeros. Ya no necesita mover
la silla para ver los atardeceres, pues los ve en todo su esplendor; cuida de
que la rosa tenga agua, y mueve el mundo para que los niños tengan adultos que
los cuiden, los protejan y para que no les falte comida y escuela.
A mi
querido amigo y compañero de vida y profesión Manolo Chavanel Seoane, hombre
bueno, serio, honrado, accesible, amante de los suyos y que siempre lucía una inmensa
sonrisa y de quien tanto aprendí de como andar por este mundo tan complicado y de adultos tan raros.
Joaquín
Nieto Reguera
Las Palmas de Gran Canaria a cinco de julio
de 2021