24 jun 2020

En el setenta y siete cumpleaños de Pepe Nieto (24.06.2020).




A mi querido hermano Pepe Nieto.

Años y meses pasaron desde entonces. No hubo despedida, pues fue un día más, solo perduró el recuerdo de la madrugada sombría y triste. Él, ahora, persiste en mis esencias; en los espacios huecos que dejaron su vitalidad y llenaron mis pensamientos, mis tristezas, mis alegrías, mis quereres… La oquedad quedó atrás para colmarme con sus anhelos y convertirme en senderos cargados de luz (aquella misma luz que él me insufló mientras no fue sombra).


12 jun 2020

Rotha Beryl Lintorn-Orman (La franquicia de su equipaje) . 12.06.2020





Para pedestal, no para sepulcro, se hizo la tierra, puesto que está tendida a nuestros pies.      
   José Martí


Se sentó sobre el murete, apartó el jable y afianzando sus pies descalzos sobre la tierra se dispuso a dejar sobre la triste lápida de mármol, la franquicia de su equipaje.

Simples complementos de uso cotidiano: un sombrero de ala ancha, unas gafas de sol, las llaves del auto, el móvil, sus recursos para el maquillaje y el bolso de mano que tanto la socorría.

Y así se presentó ante su lecho, ochenta años después.  Ante quien se había iniciado como heroína con medallas y acabó como idealista y pragmática del fascismo británico.

¿Para qué sueños dañinos? ¿Para qué más cargas en la vida? Si solo se necesita pureza de mente, sencillez en el alma y pies descalzos…

¿Para qué un corazón podrido por los malditos ideales? ¡Conteste Miss Rotha Beryl Lintorn-Orman!


10 jun 2020

Te negaré tres veces (10.06.2020).







En el pueblo era costumbre ir los domingos a hacer el paseo a la plaza.  La plaza era el lugar de los pretendientes al noviazgo y de los enamorados. Una fuente sin agua ocupaba el centro geográfico del recinto. A su lado un gran laurel de indias equidistaba de otros cuatro plantados a intención en las esquinas del lugar buscando dar sombra. Detrás de unos bancos de madera que servían de asiento para las vigilantes madres de algunas de las chicas, los jardines se mostraban con plantas y flores de temporadas.

Ellas, las chicas en edad de merecer, y ellos con años de prometer, iban en parejas o de cuatro. En estos casos siempre las chicas al centro y ellos en los costados. Uno al lado del otro, vestidos de domingo, paseando en círculo ajustándose a los parterres que circundaban aquel monumento a las pretensiones. La fila de parejitas no tenía fin.  Solo caminaban y hablaban, cuando ya se conocían, o se acompañaban en silencio, cuando aún sin conocerse se permitían ese halago. Aquellos que hablaban lo hacían de las simplezas que dicen los que se pretenden. Un roce entre chaqueta y blusa era todo una declaración de pasión desenfrenada.

El chico de la moña ajustada con fijador y mirada provocadora invitó a la chica de los ojos añiles y el pelo rubio a abandonar la formación:

—Aquí perdemos el tiempo, le dijo. Antes de que anochezca estaremos en tu casa. Yo me comprometo a llevarte y a hablar con tu padre. Voy en serio. Ella  se negó: 

—¡Estás loco, lo que dirán las cotillas del pueblo...!

Cuando llegaron a la salida de la plaza, él la empujó con su hombro y a ella no le quedó más que ceder ante el arrastre del apasionado galán. La chica de los ojos añiles agachó la cabeza y caminó  en dirección a su hogar. No quiso mirar atrás, seguro que ya la estarían poniendo en boca. Pero ella siguió el camino al lado de su osado pretendiente.

Desde que se vieron solos, él la invitó a la verbena del sábado:

—En el casino del pueblo. Allí podremos bailar sin que nos molesten, pues tengo que decirte algo importante. No quiero más rondas en esa odiosa plaza –le dijo mirándola fijamente, mientras ella agachaba la cabeza y ocultaba su mirada entre los dorados rizos.

Ella se negó por segunda vez: —¿no te parece que vas muy rápido?

—Soy así de impaciente— le contestó él.

Cuando llegaron a su casa, ella abrió la puerta y entró. El, tras ella, se invitó a pasar al zaguán. Ella no se negó. Ya dentro del pequeño espacio y entre puerta y puerta y acompañados por la oscuridad, la chica de los ojos añiles y dorado cabello, agarró al joven por sus brazos y lo atrajo hasta que sintió el cuerpo varonil unido al suyo. Para cuando el joven reaccionó ya ella le había entregado sus labios y lo besaba apasionadamente.

Pero el ímpetu de la hermosa joven se vio cortado, cuando el que había sido su impaciente galán de mirada provocadora cayó al suelo tras perder el conocimiento por la impresión del momento. Ella le ayudó a despertar del embeleso, soplándole los ojos y dándole palmaditas en la cara. Cuando el pretendiente recobró el sentido, solo veía imágenes borrosas, como si saliera de una caja en penumbras. Después, cuando dejó atrás el resuello, se disculpó con  la chica y antes de abandonar el lugar le negó que aquel fuera su primer beso de amor.

Las rondas en la plaza se sucedieron, pero la pareja del chico de la moña peinada con fijador y mirada provocadora y la chica de los ojos color añil y rizos dorados, no volvieron a cruzarse la mirada y mucho menos a unirse en aquella odiosa hilera de pretendientes.  






   

5 jun 2020

El Ilusionista (05.06.2020).



La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es solo una ilusión persistente.
(Albert Einstein)



                                                                      Foto obtenida en bbc.com


 Han bajado los precios de los artículos a vender en la tienda de los tres grandes portones de madera con cristaleras. Sí, es la tienda que luce medios pilares incrustados y sobre los que descansan lindos capiteles. Así la sitúan en los papeles de publicidad que los chicos del barrio, contratados por unos cuartos, van entregando a los transeúntes en mano, o dejando caer en los buzones.

La verdad es que toda la tienda, en su conjunto, aparenta cansancio. Acaso algo de descuido, también. Su dueño es un empresario mayor que en sus buenos tiempos fue un joven emprendedor muy capaz. Entonces, el negocio estaba como un palmito. Era la atracción de la calle Mayor. Allí entraban los acaudalados compradores que presumían de marcas y modelos para el día siguiente contonearse luciendo tipo y estilo. Ahora ya no, pues según fue pasando el tiempo los grandes almacenes inundaron el mercado y los pequeños negocios llegan a final de mes a fuerza de imaginación.

De todas formas, a don Darío su dueño no es que le importe mucho. Él es más feliz cuando al atardecer cierra sus puertas. Ya, tampoco, está pendiente del trato de sus dos empleadas con los pocos clientes que entran por la llamada del descenso de los precios. Él no tiene prisas por vender, ni ilusión por la caja, ni nadie que le espere. Él vive por vivir. Escapa con lo poco que entra cuando suena un ingreso en la caja registradora. No necesita grandes estipendios. Él lo que desea es el cierre, porque este le abre las puertas a otro mundo. Entonces se quita su chaqueta y en mangas de camisa abre su álbum de fotos donde se recogen los momentos más felices, aquellos que pasó con su amada Victoria.

En su silencio va pasando hoja a hoja y recrea sus miradas cargadas de intenciones, sus poses de jóvenes enamorados, la belleza del rostro de su amada, sus ondulados cabellos, su cuerpo de porcelana. Y es cuando vuela a su otrora lecho del amor. Donde solo eran dos en uno, compartiéndolo todo. Es así cuando en sus oídos se recrean nítidamente cada “te amo” entre agitados respiros y cada beso en un sello apasionado de fiel compromiso. Es cuando se hace dueño del paraíso. Solo aquel sueño se quiebra llegado el momento de abrir la página de los trozos de papel. Cachos de papel rosa en una escueta nota de despedida. Cachos de papel rosa resultado de los mismos mil pedazos de su dolorosa y enrabietada acción. Allí aparecían pegados poco a poco, tarde a tarde, como en un puzle que fuera componiendo con el paso de los años, mientras en cada ajuste fuera preguntándose el porqué.

Y entre balbuceos repite desconsoladamente buscándole un significado a lo incomprensible:

“Querido Darío:  Líbreme Dios de quererte hacer daño. Sirvan estas desgarradas letras, como roto está mi corazón, para despedirme. No puedo vivir con tanto amor. Tengo miedo a perderte y a que sufra en la misma medida que ahora te amo. Siempre te llevaré en mí. El recuerdo de lo vivido hará mucho más fuerte nuestro apasionado amor. Tuya de por vida.  María.”

Así de escueto y de difícil consuelo se muestra la misiva. Después, respira profundamente, cierra el álbum, lo coloca en la caja fuerte y deja caer la descolorida chaqueta sobre su cuerpo. No importa como le quede sobre la cansada espalda. Ni tampoco que al cerrar su tienda de las grandes cristaleras, un ilusionista lance pompas de plata que vuelen hasta abrazar a los que en el futuro serán quienes vibren con el amor que a él le persistirá de por vida.